Agobiantes son los problemas de nuestro mundo. Cada vez las conductas humanas están más orientadas a satisfacer el mal hábito del consumo y al logro del placer inmediato, que al fortalecimiento de los valores comunitarios. La degradación ambiental está en una fase crítica y todos los días perdemos paisajes irremplazables. Miles de personas mueren cada día por falta de alimentos, mientras otros desperdician toneladas de comida. En fin ¡Somos una generación acostumbrada a la catástrofe!

Esto no quiere decir que seamos indiferentes a los problemas de nuestro mundo, o cuando menos, no todos lo somos. Me gusta pensar que, a pesar de todo, muchísimos de nosotros deseamos contribuir para generar algún impacto positivo, sea lo que sea, que signifique esa expresión.

En 1987 fue publicado el informe ‘Nuestro futuro en común’ que fue el primer documento con alcance internacional que señaló la necesidad de replantear el impacto ambiental y social que la producción en masa y el sistema de consumo acarreaban para nuestro mundo. Después, en el transcurso de tres décadas vendrían a sumarse otros tratados e instrumentos como ‘La Cumbre de la Tierra’, ‘La declaración universal de la diversidad cultural’, ‘La agenda del desarrollo 2030’, por mencionar algunos. Todos compartiendo la visión de preocupación en común como ciudadanos del mundo.

Esta visión globalizada de nuestras fallas y retos como civilización ha contribuido a concentrar ese sentimiento de impotencia ante las miles de injusticias, muertes, extinciones que nos afectan día con día. Pareciera imposible franquear ese muro de desesperanza que separa al individuo de las tendencias del mundo (ahora que están tan de moda los mentados muros).

Claro que las afectaciones parciales del mundo nos afectan a todos, sin embargo, es imperativo aprender a diferenciar los problemas propios y ajenos. No quiero con esto decir que dejemos de ser solidarios con las causas que nos conmuevan; quiero decir que más allá de las muestras de simpatía (pasajera) por los problemas en común como humanidad, habría que tomar algún problema propio de nuestra ciudad y hacer todo lo necesario para solucionarlo. No porque estemos desvinculados del mundo, sino justo por esa interconexión es importante asumir acciones de transformación en nuestros contextos locales. Millones de seres humanos responsabilizándose por el territorio inmediato a su alrededor. Sentir amor y pertenencia con nuestros lugares de origen.

Huapalcalco es un ejemplo excelente por ser un espacio que necesita de nuestra atención ¿Cuántos de los nacidos o enraizados en Tulancingo, hemos sentido indignación por la desaparición, degradación o inadaptabilidad de alguna tradición cultural? Seguro estoy que nos hemos identificados con más de una causa como los transgénicos de Monsanto, la invasión del Wirikuta, la inmovilidad de la tauromaquia, la violencia y misoginia en la música de banda y un largo etcétera ¡Celebro que tengamos la capacidad de sentir! Sin embargo, ¿dónde está esa emoción cuando se trata de salvaguardar Huapalcalco? Uno de los Paisajes Patrimoniales más antigua y continuamente habitados de nuestro país

La campaña ‘Cambiando el rostro a Huapalcalco’ es una oportunidad de tomar acción para preservar nuestro patrimonio cultural; entra a la página www.nieblaytiempo.com, ubica el micrositio de la campaña, descarga el formato de firmas y participa en la transformación de nuestro mundo, desde lo que acontece en Tulancingo de Bravo, Hidalgo.

Piensa global, actúa local.